Un fin y un principio: el tapón del Darién

La carretera finaliza ante la impenetrable selva. No es posible atravesarla en vehículo. La Panamericana, la carretera más larga del mundo, simplemente termina en Colombia.

Un hecho que mucha gente desconoce. La carretera que conecta el continente americano a lo largo de 30 000 kilómetros es un proyecto interrumpido.

Solo 106 kilómetros separan el norte y el sur, entre Panamá y Colombia. Entre ambos países se extiende una selva impenetrable que acapara constantemente los titulares por la migración y el tráfico de drogas.

Un poco de caos

Hemos llegado al final de nuestro viaje por Sudamérica. Desde Venezuela, regresamos a la costa colombiana, concretamente a la ciudad de Cartagena de Indias. Nos espera una de las etapas más arduas del viaje hacia el norte: el paso en contenedor por barco.

El coche vacío.

Llevamos semanas en contacto con Ana, nuestra agente logística, con la que organizamos todo a través de WhatsApp. Es un poco tedioso porque, como en toda Latinoamérica, hay que preguntar varias veces por cada detalle. ¿Un documento con la información más importante? No existe. ¿Un contrato con los costes detallados? Ojalá. En el chat grupal, a veces nos da una respuesta útil a las tantas preguntas.

Ana tiene fama de ser caótica, pero también de ser fiable. En cualquier caso, no tenemos otra opción, ya que coordinarse directamente con las autoridades sería aún peor.

Así que esperamos a que nos llegue información y siempre llega, en el último momento, y luego hay que hacerlo todo con prisas. Un ejemplo es el poder notarial que necesitan para tramitar los trámites aduaneros. Este debe ser certificado por un notario y podría prepararse con antelación. Pero llega un día antes del fin de semana y el lunes todo tiene que estar ya en la aduana. Genial.

Pero también eso sale bien. El Landcruiser llega al puerto, todo limpio y ordenado, y la botella de gas la vaciamos la noche anterior en el parque. Algo de diésel nos queda en el tanque, no está del todo en reserva.

Algunas de las indicaciones simplemente las ignoramos. Ya veremos si controlan todo.

Llevamos el coche al puerto y ya se queda allí toda la noche. Nos garantizan que es seguro y que alguien lo vigila; aun así, preferimos dejar nuestra cámara de vigilancia en marcha. Ahora hay que esperar a que la policía anuncie la fecha de la inspección. Dos días serán.

Toca sacar todo

¿Qué inspección? ¿Qué significa eso? Pues a Miguel le toca vaciar todo el coche, yo no puedo entrar en el puerto porque, en teoría, solo tienen acceso los propietarios de los vehículos.

Cartagena es el puerto más grande de Colombia y el país es el mayor productor de cocaína del mundo. Por lo tanto, existe un peligro constante de tráfico de drogas. Se incautan toneladas de cocaína constantemente, por eso los controles son tan estrictos. Hay que vaciar todo el vehículo y, además, se somete el contenedor a una perforación de prueba.

La pregunta es: ¿cómo es posible que pase tanta cantidad de droga a pesar de todo? Pues con ayuda del dinero; como es sabido, el tráfico de drogas y la corrupción van de la mano. Para los «pobres» viajeros, esto supone tener que someterse a las inspecciones y vaciar los coches.

Miguel sacó todo, le siguió una breve inspección, pero solo miraron si había drogas, el resto no le interesa a nadie. Luego, se meten los coches en el contenedor. Todo el proceso duró unas cinco horas. Solo queda cerrar el contenedor y colocarle dos precintos.

Y de nuevo toca esperar.

Landcruiser en el contenedor.
Contenedor cerrado y precintado.

No camino para cruzar el Tapón del Darién en vehículo. La carretera nunca se terminó de construir debido a la dificultad del terreno; y ahora los intereses económicos y políticos, al igual que el debate sobre la conservación de la naturaleza, impiden su construcción. Es posible atrevesar la selva a pie, pero tampoco es que haya un camino propiamente dicho. Además, aparte de los peligros por enfermedades y accidentes, las bandas armadas suponen una gran amenaza. Es peligroso pasar por ahí, para todos.

A Panamá se puede llegar también en barco, pero incluso entonces el último tramo toca recorrerlo en avión o a pie por la selva. Nosotros escogimos la opción más cómoda: un vuelo directo de Cartagena a Panamá.

El transporte marítimo en contenedor es caro, sobre todo teniendo en cuenta la corta distancia entre los puertos. El alto precio proviene de que igualmente toca pagar los gastos de contenedor y las tasas portuarias, así como el transporte en barco en sí. En total, pagamos por un contenedor con dos coches 4600 dólares estadounidenses. Y es de las opciones más baratas.

En realidad, la ruta es adecuada para establecer un ferry, ya que la travesía dura menos de 24 horas y solo son unos 540 kilómetros. Además hubo uno, pero no era rentable y, por lo tanto, se suspendió.

Con el buque portacontenedores todo lleva más tiempo. Diez días después de la entrega, podemos recoger el coche en el puerto de Colón, en la costa caribeña de Panamá. Llevamos el dinero en efectivo para pagarle al agente en Panamá y las dos mochilas.

En Panamá se repite la historia, vuelven a brindarnos la información necesaria con muy poca antelación. Tan solo la noche anterior nos confirman que al día siguiente podemos recorrer el coche. Boris, el agente, nos espera en el puerto de Colón. Cogemos un bus desde la Ciudad de Panama y nos bajamos en una gasolinera. Hemos quedado con Boris en la cafetería, allí le entregamos los pasaportes y documentos del vehículo y él se los lleva. A nosotros nos toca esperar de nuevo.

Un comienzo empinado en Centroamérica

Contenedor en Colón.
Bajada de la grúa.

Boris vuelve cinco horas más tarde y nos dice que todo está listo. Los contenedores siguen sobre los remolsques en un terreno embarrado. ¿Una rampa para salir? No hay. Pero sí que hay una grúa.

¿Y cómo vamos a bajar los coches? Pues con la grúa que la colocan delante de la puerta, se arranca el coche y se avanza hasta quedar encima. La grúa asegura el coche, avanza unos metros y coloca la rampa en una posición muy inclinada. Ya solo queda dejar que baje el coche rodando poco a poco. Para nosotros no fue un gran problema, gracias a que el coche es alto, pero en los otros tocó ir centímetro a centímetro. Al final todos acabaron sin pérdidas en el barro.

El último paso fue el control de la funcionaria de aduana que comprobó los números de chasis y nos dio el visto bueno. Nos entregaron todos los papeles de vuelta, pagamos; gracias y adiós. Con ganas llenamos rápidamente el depósito de agua, hacemos la compra y repostamos, y estamos al fin listos ¡rumbo a la aventura en Centroamérica!

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