Sumak Kawsay in Situ: ciencia y turismo al borde de los Andes
Las personas forman parte del viaje. Sin estos encuentros, cualquier viaje quedaría incompleto. Aunque también es verdad que los problemas los causan las personas; no suele ser la naturaleza la que nos saca de quicio, excepto cuando una masa de insectos invade el coche o no deja de llover durante semanas. Pero, a pesar de esto, son las personas las que convierten el viaje en una experiencia especial.
Conocer nuevas personas, con sus pequeños y grandes proyectos, y su espectacular hospitalidad, es lo que convierte todo esto en una gran aventura. En la serie Rincones del futuro queremos presentaros algunos de los proyectos que nos han sorprendido de verdad.
Solemos estar mucho en la naturaleza, buscando animales, por lo que la mayoría de los ejemplos serán sobre cómo conservar la naturaleza y las especies con ayuda del turismo. Son lugares que merece la pena visitar y a los que esperamos volver en algún momento.
Porque todos ellos demuestran una cosa: existe otro camino.
El proyecto de los 300 años

Si pensamos en un proyecto con una vida útil de solo 30 años, es posible que la siguiente generación aún se beneficie, pero después ya no quedará nada. La naturaleza se recupera rápidamente, pero la biodiversidad no. Por eso, Henry y su familia han creado un proyecto para los próximos 300 años. Él mismo no vivirá para verlo, excepto si encuentra la fuente de la eterna juventud escondida en las 96 hectáreas, pero le encanta saber que su trabajo servirá para las generaciones futuras.
El terreno se encuentra a unos 1400 metros a los pies de los Andes ecuatorianos. Desde allí se puede ver desde los volcanes El Altar y Tungurahua hasta la selva amazónica, y desde el Parque Nacional Llanganates hasta el Sangay. Es aquí, en este corredor, donde aún hay naturaleza virgen, donde brota la vida literalmente. Y todo eso es posible gracias a una iniciativa privada.
A finales de los años noventa, la familia trabajaba el terreno de manera tradicional: plantaban naranjilla, también conocido como lulo, un cítrico muy popular en Sudamérica. Pero antes de seguir desforestando el terreno para ampliar el cultivo, el joven Henry les planteó a sus padres una extraña idea: proteger el bosque y vivir del turismo y la ciencia. Claramente, había pasado demasiadas horas viendo National Geographic en la tele.
Pues casi 30 años después —y es que es tan poco tiempo— llegan científicos y expertos de las universidades estadounidenses más prestigiosas para dormir en tiendas de campaña en su trocito de selva ecuatoriana.


Sumak Kawsay in Situ – la buena vida en el lugar
Sumak Kawsay in Situ es un paraíso de la biodiversidad, pero, a diferencia de los llanos de la Amazonía, no te ataca una marabunta de mosquitos —es muy agradable, la verdad. Para los visitantes hay mucho que descubrir, eso sí, todo a pie. A los turistas les esperan baños en ríos cristalinos, arcilloterapia en plena naturaleza, conciertos de ranas en primera fila, recorridos por el bosque con botas de goma en busca de animales y la comida riquísima de Mamá Gloria para recobrar fuerzas.
Los científicos disfrutan de un laboratorio con vistas a la selva en lugar de a paredes blancas, exploran caminos y van descubriendo especies de animales y plantas por estudiar. En solo media hectárea contaron más de 145 especies de plantas diferentes; aún queda mucho por descubrir. Por tanto, la esperanza de encontrar aquí la fuente de la juventud sigue estando alta. Aunque ya se puede afirmar que es una fuente vital: la del agua del Amazonas.
El dilema del Amazonas: agua y petróleo
Gran parte del agua que alimenta el Amazonas proviene de los Andes ecuatorianos. El río Anzu atraviesa Sumak Kawsay y desemboca poco después en el río Napo, uno de los mayores afluentes del Amazonas, desde allí le quedan 6000 kilómetros hasta llegar al océano Atlántico.
Sin embargo, esta agua corre el peligro constante de ser contaminada por la minería ilegal, los residuos y la explotación petrolera. En la zona de frontera con la Amazonía es más fácil acceder a las materias primas, por lo que el peligro de que se contamine es bastante alto. Pero muchas personas que viven río abajo dependen de que el agua llegue limpia desde la cordillera andina hasta la costa atlántica.


La región es rica en petróleo. Nosotros también nos hemos beneficiado de ello. El precio del diésel está regulado por el estado ecuatoriano, y su coste es el mismo en todas las gasolineras: unos 50 céntimos de dólar por litro.
Pero el oro negro atrae a empresas que compran (o se anexan) tierras, colocan la infraestructura necesaria para la extracción de petróleo y encienden las llamas para perforar. Es una imagen surrealista: llamas rojas en un laberinto verde. No ven la contaminación como un problema, ya que el agua se lo lleva río abajo; lo que se va, no les incumbe. Sin embargo, las personas, animales y plantas que viven a lo largo de los miles de kilómetros del sistema fluvial no tienen más remedio que buscarse la vida para obtener agua limpia.
Un catálogo de anfibios como arma
El río Anzu sigue fluyendo salvaje a su paso por Sumak Kawsay, aún tiene muchos kilómetros por delante. Y sigue gracias a la familia que venció al gigante petrolero con un catálogo de anfibios. El primer trabajo que se encargó de catalogar los anfibios de la región y que reunió 72 especies que mostraban claramente todo lo que se perdería por una explotación petrolera.



Ese catálogo se ha convertido en un tesoro. Un catálogo minuciosamente elaborado. Un tesoro que al final pesó más que el dinero. La naturaleza salió victoriosa, por una vez.
Y un regalo de cumpleaños – para nosotros
Llegamos por casualidad a Sumak Kawsay. Miguel vio algo en Google Maps y nos pareció buena idea ir a ver de qué se trataba.
Cuando llegamos, toda la familia estaba sentada a la mesa: ¡era el cumpleaños de Mamá Gloria! Y, con toda la hospitalidad que ellos tienen, nos invitaron a almorzar. Era el segundo almuerzo del día para nosotros, pero no queríamos ser descorteses y obligamos a nuestros estómagos a ingerir un poco más. La comida estaba riquísima, solo que fue demasiado.
Más tarde, Henry nos enseñó los alrededores y, aunque no podíamos quedarnos en el Land Cruiser (los últimos 15 minutos son a pie), nos convencieron para que nos quedáramos unos días. Nos dieron la cama doble en el piso superior, donde caíamos rendidos a la noche, arrullados por los animales que nos volvían a despertar por la mañana.
El objetivo era encontrar serpientes, se supone que hay muchas. Pero no tuvimos tanta suerte; eso sí, vimos muchas ranas y no nos quedamos cortos de aventura cruzando ríos. Cuatro días después, con unas lagrimitas, pero descansados y con el estómago lleno, nos despedimos con un «hasta luego». Porque lo que sí que tenemos claro es que no ha sido la última vez que hemos visitado Sumak Kawsay in Situ.