Buscando oro en Venezuela

Una aventura sureña

Queríamos comer algo, pero huimos rápidamente de vuelta al coche. Huele mal, el aire apesta y todo el mundo lleva mascarilla. Nos paramos junto a un joven en una moto, bajamos la ventanilla y le preguntamos por qué lleva mascarilla. Murmura una respuesta ininteligible, arranca y se marcha.

Intentamos obtener una respuesta preguntando a otras dos personas, pero parece que en Las Claritas nadie quiere dárnosla. Tenemos una idea de lo que puede estar causando la mala calidad del aire, aunque tenemos que hablar con Bruno para que nos lo confirme.

En ese momento, decidimos irnos de Las Claritas y comer los restos que hay en la nevera.

Río y acero

Puente Orinoquia sobre el río Orinoco.

La región de Bolívar se encuentra en el sur del país y la atraviesa de este a oeste la Troncal 10, una carretera que conecta Venezuela con Brasil por vía terrestre. No hay ninguna vía que vaya a Guyana, que se encuentra al este.

La Troncal 10 es la puerta de entrada a la selva amazónica y nos da la bienvenida con una construcción imponente: el puente Orinoquía. En Venezuela existen tres puentes que cruzan el río Orinoco; este mide tres kilómetros y lo atraviesa a unos trescientos metros sobre el nivel del agua. El río parece no tener fin y transporta inmensas masas de agua con una fuerte corriente. A nivel mundial, se posiciona justo detrás de los ríos Amazonas y Congo en cuanto a la cantidad de agua que transporta.

Es un río navegable con grandes barcos en casi su totalidad y, por tanto, un importante medio de transporte para la industria pesada. Al otro lado del puente se abre un panorama austero: grandes chimeneas de la industria siderúrgica a orillas del río, que lo cubren con una niebla gris. Detrás se encuentra Puerto Ordaz, el puerto de Ciudad Guayana.

Industria de acero en Puerto Ordaz.

Pagando a ciegas

Ciudad Guayana es un caos, con casi un millón de habitantes y un importante motor económico para la región. Aquí podemos repostar diésel por última vez en una gasolinera normal al precio estándar, aunque tuvimos que protestar un poco. Me toca pagar en la caja con tarjeta y me siento como un criminal por algo tan simple.

La caja está en una pequeña habitación con aire acondicionado, pero solo se ve una gran ventana opaca a través de la cual no se ve nada de lo que ocurre al otro lado, salvo un micrófono y una ranura. Una voz femenina me dice el importe a pagar. Le corrijo porque al final hemos repostado menos de lo esperado. Luego, le tengo que dar mi tarjeta y decirle el código pin. Ella lo introduce. No tengo ni la menor idea de lo que está ocurriendo, excepto que mi aplicación del banco me muestra el importe correcto. Me devuelve la tarjeta con un papelito que le tengo que entregar al trabajador de fuera para poder irnos.

Nuestro gran depósito está lleno, y menos mal, porque vamos a necesitar el combustible. No hay gasolineras en los siguientes 700 kilómetros hasta Brasil y nuestro plan es ir y volver. No es que no se consiga combustible; de hecho, hay gasolineras a lo largo de la carretera. El problema es que es ilegal y venden cinco litros por un punto. El precio nos sorprende, porque estaría baratísimo, pero rápidamente nos damos cuenta de que 1 punto equivale a 0,1 gramos de oro.

¿Un El Dorado real?

Troncal 10 en dirección a Brasil.
Venta de gasolina.

Recorremos la zona de explotación aurífera venezolana. Cuanto más al sur, más precios están en oro: una caja de cerveza cuesta 2,5 punto, tres empanadas cuestan un punto… En realidad, la vida es cara, porque un punto equivale a diez dólares; normalmente, una empanada cuesta un dólar.

Pero lo que más les gusta es recibir el pago en oro; el dólar lo aceptan protestando, los bolívares ni los quieren ver y es posible que acepten reales brasileños, pero no tenemos. Guardan el oro puro en papeles doblados y, para pagar, lo colocan sobre una balanza que aquí tienen en todos los negocios.

Cuando llegamos a Tumeremo, la carretera empeora mucho; hay un bache tras otro, aunque hasta aquí estaba en bastante buen estado. Se nota que hay otro ambiente. Los pueblos se extienden a lo largo de la carretera y cada uno lleva el nombre del kilómetro en el que se encuentra. El centro aurífero está en el kilómetro 88.
Allí preguntamos cuánto pagan: 100 dólares por un gramo de oro crudo. Las tiendas de compraventa le compran el oro a los pequeños artesanos y lo revenden.

Oficialmente, el comercio del oro se lleva a cabo a través del Gobierno, pero el tráfico ilegal da más ganancias y es una manera de eludir las sanciones extranjeras y mezclar el oro con el mercado legal. A nosotros no nos dejan comprar oro directamente, y mejor lo dejamos, porque todo parece un poco turbio.

La gente no parece sana: están en los huesos, llevan mascarillas negras que les tapan la boca y la nariz y tienen los ojos rojos. Las empresas grandes están rodeadas de altos muros protegidos por seguridad. A los más pobres los vemos subiendo las laderas empinadas del río con la batea en la mano.

Un suizo convertido en coronel venezolano

Bruno es suizo y fue coronel del ejército venezolano. Lleva casi 50 años en el país y ha tenido una carrera de lo más variopinta: ha estado en Vietnam, Ruanda y ha dirigido una prisión en Venezuela.

Bruno nos enseña a usar la batea en el río Cuyuní.

Bruno vive a orillas del río Cuyuní, pero su finca, El Encanto Cuyuní, ya no está bañada por sus claras aguas. Ahora es una masa de agua marrón que se dirige hacia Guyana. Un río contaminado por mercurio, como otros 16 ríos altamente contaminados del país.

En la región se encontró oro desde el principio, así como otros metales preciosos y petróleo. Son precisamente estos recursos los que han alimentado las disputas territoriales entre Venezuela y Guyana desde el siglo XIX y son también una de las razones por las que no existe una carretera que conecte ambos países.

La extracción aurífera a gran escala es, sin embargo, un fenómeno más reciente. Hace 20 años se intensificó y lo que entonces estaba en manos de empresas internacionales terminó en manos de grupos armados. Además, el gobierno lanzó el proyecto del Arco Minero del Orinoco: el oro debía convertirse en el nuevo petróleo de Venezuela. Así comenzó el desastre a comerse la jungla.

La imagen es desoladora. La vida está marcada por la violencia, como nos confirman las historias de Bruno. No se pueden tener demasiados escrúpulos aquí, y es mejor tener muy buenos amigos si se quiere sobrevivir. Las fosas comunes son solo un ejemplo: muchos muertos ni siquiera se encuentran porque las turbias aguas del río se los tragan.

La desoladora situación que vivió Venezuela en 2015 llevó a mucha gente a migrar a esta región, ya que al menos allí podían ganar algo de dinero. La región subsiste gracias al tráfico con los países vecinos, pero ahora los pueblos están abarrotados y muchas personas duermen bajo techos improvisados.

Buscando el Encanto Cuyuní

Pasamos varios días con Bruno, aparcamos el coche junto al río y vemos qué pasa. Estamos aparcados en El Dorado, literalmente, porque así se llama el pueblo de al lado, pero la belleza y el encanto se los llevó el río hace tiempo.

Aun así: El Dorado y la finca de Bruno valen su peso en oro. El río Cuyuní va hasta Guyana y en tan solo una hora se llega al país vecino. Quien vive a orillas del río, controla el tráfico. Además, el terreno es muy valioso, ya que en extracciones de prueba sacaron grandes cantidades de oro. Hasta ahora, Bruno solo había sacado oro del río, pero a partir de este invierno va a empezar a desaparecer el bosque de su terreno. Bruno quiere sacar todo lo que pueda antes de que se le acabe el tiempo.

A ensuciarse las manos

Le toca a Miguel.
La tierra la cogemos directamente del aparcamiento.
Cora también se pone manos a la obra.

Como dormimos sobre oro, también queremos sentirnos mineros artesanales por un día. Bruno nos presta una batea y, junto con una caja de cervezas, nos muestra cómo lavar la tierra. Nos permite coger tierra directamente del aparcamiento y lavarla en el río.

Miguel se pasa medio día con la batea y consigue llenar el fondo de una pequeña botella de plástico con polvo aurífero. Un empleado nos regala unas gotas de mercurio que guarda en un spray nasal y que tienen casi el mismo valor que el oro.

En realidad, el uso de mercurio está prohibido en Venezuela desde 2016, pero apenas se aplica. Las consecuencias las sufre la naturaleza: los pocos peces que quedan están envenenados y el agua está contaminada. Quien no tenga su propio pozo, tiene que comprar agua cara. Y todo lo que no es líquido se quema y deja el aire irrespirable. Por eso se ven tantas mascarillas en Las Claritas.

El mercurio se utiliza para atrapar el polvo de oro. El oro se junta y queda una bolita plateada. Se comprime para sacar el agua sobrante y lo que queda se coloca en una cucharita. Calentamos la cucharita sobre el gas hasta que el mercurio se evapora y lo que queda es oro.

Hemos sacado 0,18 gramos de oro, que allí equivalen a 18 dólares. Es poco para la región, pero para nosotros es la primera vez que ganamos algo desde hace tiempo.

Oro mezclado aun con mercurio.
Ganancias.

En el estado Bolívar se mezclan la esperanza con la lucha por sobrevivir. Es una lucha entre bandas que se enriquecen a costa de quienes no tienen otra opción. La ilegalidad lo engulle todo y todos se han adaptado.

La mayoría de los pocos extranjeros que pasan por allí cruzan rápido. Durante los días que hemos estado allí, nos han mostrado un mundo diferente: en los pulmones de la Tierra hace falta mascarilla para vivir.


Más entradas similares:

Venezuela: nuestra primera impresión

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *