Si tropiezas con una piedra en Perú, casi con toda seguridad fue colocada allí por los incas. O algo por el estilo podría ser un dicho peruano. Lo mismo con la cantidad de yacimientos construidos casi todos por el pueblo precolombino más conocidos.
No es de extrañar que los incas sean el pueblo más conocido de Sudamérica, ya que construyeron el mayor imperio que hubo en esta región. Sin embargo, expandieron justo antes de la llegada de los conquistadores españoles, lo que acompañó su declive.
El incanato surgió en los Andes peruanos en los siglos XV y XVI, y logró abarcar la región andina desde lo que hoy en día es el sur de Colombia hasta el norte de Chile. Una expansión tremenda.
Durante esta época, en pleno esplendor del incanato, se construyó Machu Picchu: una de las siete maravillas modernas del mundo, patrimonio de la humanidad de la UNESCO y ejemplo de la arquitectura e ingeniería incaicas.

Y, efectivamente, es increíble. Tanto la arquitectura antigua como la organización moderna para guiar a miles de turistas cada día a través de las ruinas son dignas de mención.
Nosotros intentamos visitar las ruinas de Machu Picchu con la mayor independencia posible. Así que condujimos hasta Santa Teresa, donde se encuentra la plataforma hidroeléctrica, dejamos el coche en un aparcamiento seguro y a las 5 de la mañana comenzamos la primera caminata.

También hay otras caminatas que duran varios días, como la del Salkantay, pero, por lo visto, ya es bastante turístico y resultaba más complicado organizarlo nosotros mismos sin depender de un operador. Por eso, optamos por esta otra opción.
Seguimos las vías del tren. Fue una bonita caminata al amanecer, sin nadie más que nosotros cuatro (íbamos con una pareja de jóvenes alemanes). Hasta que llegamos a Aguas Calientes.
Aguas Calientes puede considerarse la fortaleza que aguarda Machu Picchu. Todos los visitantes tienen que pasar por allí y fue construida con el único objetivo de llevar a la gente hasta las ruinas y satisfacer los caprichos de los visitantes.
Así que, cuando llegamos al pueblo a las 7 de la mañana, vimos una fila interminable de gente esperando al bus que sube a la entrada al yacimiento. A nosotros nos tocó esperar en otra fila, la de recoger el número para conseguir una de las mil entradas que ponen a disposición para el día siguiente. Nos dieron los números 70-73 y nos dijeron que volviéramos a las tres de la tarde.

Entre tanto, comimos el desayuno más malo y caro de nuestro viaje y buscamos un hotel relativamente barato para pasar la noche. A las tres volvimos a la oficina, hicimos cola y conseguimos las entradas. Después, celebramos la hazaña con varias rondas de Pisco Sour. Al menos este sí estaba rico.
A la mañana siguiente, reticentes a gastar 25 dólares en el bus, hicimos la segunda caminata. Una hora, 1,7 kilómetros, 500 metros de desnivel escaleras arriba.
Llegamos sin aliento y nos hicieron esperar los 15 minutos (no había nadie para entrar) hasta las 9 en punto, tal como decía la entrada, para poder entrar. Así que todos los turistas que les tocaba el turno de las 9 entran exactamente al mismo tiempo.


Aun así, tuvimos mucha suerte. Se despejó el cielo y hasta salió el sol, así que pudimos apreciar Machu Picchu en todo su esplendor (haciéndonos hueco entre los demás) y haciendo cola para una buena foto (no suele pasarnos demasiado a menudo eso de tener que esperar).
Pero sí, algo mágico tiene el lugar del que no se sabe bien si fue santuario o palacio, o ambas cosas. El secreto sigue escondido entre las piedras. Se sabe que estaba muy bien comunicado con las otras ciudades incas de la región; incluso los españoles lo conocían, aunque parece que no acudían a la ciudad para recaudar los tributos anuales, sino que los hacían llevar a Ollantaytambo.
Con el tiempo, Machu Picchu terminó estando cada vez más aislada. Sin embargo, nunca cayó en el olvido por completo, como suele pensarse. El lugar era conocido en la región y se menciona en distintas fuentes durante los siglos, aunque no volvió a ser la ciudad que alguna vez fue. El explorador estadounidense Hiram Bingham simplemente reconoció su importancia y fomentó la excavación en 1911.

En la actualidad, es el principal atractivo turístico de Perú. Acoge hasta 1,6 millones de turistas al año, unos 4000 por día. Mil entradas se venden el día anterior y las disponibles con antelación suelen agotarse rápidamente.
Sinceramente, la cantidad de turistas es una locura y están intentando controlarla restringiendo el acceso al yacimiento y guiando a las masas por circuitos establecidos. Funciona bastante bien. El gran impacto turístico se nota más bien en el pueblo de Aguas Calientes, donde se ha producido un crecimiento descontrolado de hoteles, albergues y restaurantes.
Después de visitar Machu Picchu, nos alegramos de volver a nuestro coche y escapar de las masas, después de caminar dos horas bajo la lluvia siguiendo los raíles del tren de vuelta. Esta vez nos encontramos con varios grupos turísticos guiados. Nada de volver tranquilos como habíamos ido la mañana anterior.